Castillo de Chapultepec
Por Yohai
Desde niño tengo recuerdos placenteros de este lugar. Las visitas escolares, al menos una vez por año, la maestra Susana tratando de controlarnos mientras intenta explicarnos por qué Chapultepec ha sido un siempre un sitio crucial para la historia mexicana. Desde tiempos precolombinos existían en este bosque algunos santuarios y era el lugar de descanso de los Emperadores Aztecas, pueblo para el que tenía además una importancia mágica, pues consideraban que había dos entradas al inframundo; una en la ciudad de Mitla, Oaxaca y otra en una caverna del Cerro de Chapulín o Chapultepec que actualmente se encuentra un poco escondida, pero es posible observarla en el costado sureste del cerro. Los manantiales de la zona abastecían de agua a la populosa Tenochtitlan, capital del Imperio Azteca, durante esos años y posteriormente, en la época virreinal.
¡Haber niños, pongan atención!... recuerdo como si fuera ayer la voz tiplosa de la maestra Susana, que trataba de hacerse escuchar desde su diminuta figura. “El topónimo de Chapultepec, procede del idioma náhuatl chapul –saltamontes– y tepe (tl) –cerro o montaña–: en el cerro del chapulín. Así surgió mi gusto por la historia y en especial la de Chapultepec, esta explicación me quedó grabada de por vida, el trabajo que entregué en la escuela decía: “Este cerro tiene una formación geológica muy antigua, de origen volcánico, que sirvió de asentamiento a numerosos pueblos, desde los teotihuacanos hasta los mexicas. Estos últimos, según su historia de la peregrinación, después de salvar numerosos episodios contra los señores de Azcapotzalco, lograron fundar la ciudad de Tenochtitlán en el año 2 casa (1325 d. C.)”
Durante el reinado de Moctezuma I (1440-1469 d.C.) se mandó construir el acueducto para conducir el agua desde Chapultepec hasta México-Tenochtitlán. El responsable de la gigantesca obra hidráulica fue Netzahualcóyotl, señor de Texcoco, quien al no cobrar por su trabajo, obtuvo como premio el permiso de habitar en Chapultepec. Las crónicas nos informan que a él se debieron la siembra y el cuidado de los más viejos ahuehuetes. Chapultepec se transformó en un lugar sagrado donde reinaban Tláloc y Chalchicuahtlicue, ambos dioses del agua, el primero del agua de lluvia y la última del agua que corre por los ríos, tomando la forma de una serpiente con hermosas plumas de quetzal.
Con la llegada de Hernán Cortés a México, se dispuso la tala de los árboles cercanos a los manantiales para que no contaminaran con sus hojas el agua de las albercas, que eran los baños privados de los Emperadores Aztecas. Con estas medidas el bosque comenzó a perder porciones de su espeso follaje.
Desde la época más remota hasta nuestros días, la arquitectura ha prosperado siempre en estrecha relación con el poder político y económico. Bastarían sólo algunos ejemplos para percatarse de que podemos descubrir a través de los edificios, una historia del poder en las diversas sociedades humanas.
Durante el periodo virreinal, el bosque de Chapultepec fue apreciado como un lugar de descanso y esparcimiento, para lo cual, en 1780 el Conde de Gálvez como virrey de la Nueva España inició la construcción de una residencia en la base del cerro de Chapultepec, justo sobre los cimientos de lo que fuera residencia de Moctezuma II Xocoyotzin. El palacio dio albergue a numerosos virreyes y visitantes distinguidos. Sin embargo, la explosión de un polvorín causó serios destrozos en el edificio y llevó a tomar la decisión de que el nuevo palacio se construyera en la cima del cerro, justo en el lugar que ocupaba una antigua ermita dedicada al arcángel Miguel. Los trabajos se iniciaron el 16 de agosto de 1785, cuando gobernaba la Nueva España el virrey Bernardo de Gálvez.
A pesar de que la construcción marchaba con rapidez, el proyecto contaba con varios enemigos que le acusaban de construir una gran fortaleza para desde ahí desconocer al gobierno de España. Así La Corona española ordenó suspender los trabajos y subastar la obra. Afortunadamente no hubo quien se interesara por el edificio. En 1792 el virrey Juan Vicente de Güemes Pacheco y Padilla, segundo conde de Revillagigedo, lo destinó para Archivo General del Reino de la Nueva España. Más tarde Alexander von Humboldt llegó a la capital de la Nueva España en 1803 y visitó, entre otros sitios, el cerro y el Alcázar de Chapultepec. En su libro titulado Ensayo político del Reino de la Nueva España condenó el vandalismo de los ministros de la Real Hacienda, que en nombre de la economía empezaron a vender en subasta los vidrios, las puertas y las ventanas del edificio. Finalmente el Ayuntamiento de la Ciudad de México lo adquirió en 1806, gracias a lo cual bosque y palacio se salvaron, el edificio estuvo abandonado y así continuó hasta 1833, año en el que se decretó que fuera sede del Colegio Militar. Fue hasta entonces que se le comenzó a conocer como “Castillo”, aunque no fue sino hasta 1844, tras hacerle varias adaptaciones y erigir en la parte más alta del cerro el “Caballero Alto” o “Torreón”, que el edificio comenzó a funcionar como Colegio.
Durante la invasión estadounidense de 1847, fue uno de los últimos baluartes que resistieron en la Ciudad de México. Fue en el mes de septiembre, durante los días 12 y 13, que el Castillo fue bombardeado por el ejército estadounidense, causándole serios destrozos. Los invasores arriban a Chapultepec, la plaza fue defendida por el Batallón de San Blas, al mando del General Bravo, el Coronel Xicoténcatl y cadetes del Colegio Militar. Estos últimos murieron después de la intensa resistencia presentada el 13 de septiembre de 1847. Por último, los defensores de las garitas no pudieron evitar que los americanos se apoderaran de la capital al día siguiente.
Como resultado de esta guerra, a las pérdidas humanas, México hubo de sumar el quebranto de más de la mitad de su territorio: Texas, Arizona, Nuevo México y la Alta California. En el bosque de Chapultepec de la ciudad de México se encuentra el monumento que inmortaliza a los Niños Héroes, quienes ofrendaron sus vidas defendiendo al país en contra la invasión norteamericana.
Habrían de pasar más de 20 años para que el edificio lograra funcionar permanentemente como centro de enseñanza castrense. Durante el gobierno del presidente Miguel Miramón (1859-1860), quien fue ex alumno del Colegio Militar y sobreviviente de la batalla de Chapultepec durante la intervención norteamericana, se construyeron algunos cuartos en el segundo piso del Alcázar. No obstante, esa sección adquirió su fisonomía actual a partir de 1864, cuando Maximiliano y Carlota llegaron a gobernar el país y decidieron establecer allí su residencia imperial cautivados por las hermosas vistas del Valle de México que se aprecian desde el lugar, así embelleció el castillo con la adición de jardines y una sofisticada decoración interior, además comunicó el Castillo de Chapultepec con el Centro Histórico, mediante la construcción de un boulevard al estilo de los construidos en París, el actualmente famoso Paseo de la Reforma.
Para lograr su propósito convocaron a varios arquitectos austriacos, franceses, belgas y mexicanos, como Julius Hofmann, E. Suban, Carl Kaiser, Carlos Schaffer, Eleuterio Méndez y Ramón Rodríguez Arangoity. Ellos realizaron numerosos proyectos arquitectónicos con el fin de hacer habitable ese hermoso espacio.
El jardín aéreo estuvo a cargo del botánico de origen austriaco Wilhelm Knechtel aunque, según Carlota, “se debió más a la mano de Max”. En tanto las obras avanzaban con rapidez, comenzaban a llegar de Europa muebles, pianos, tibores, vajillas de porcelana y de plata Christofle, óleos con los retratos de la pareja imperial, tapices, relojes de mesa, mantelería, cristalería, en fin, todo lo necesario para hacer del Alcázar un verdadero palacio. A la caída del imperio en 1867, el edificio quedó en el abandono hasta 1872.
Casi 10 años después (1876) se decretó establecer en Chapultepec el Observatorio Astronómico, Meteorológico y Magnético, que fue inaugurado dos años más tarde y sólo funcionó hasta 1883, año en que se ordenó trasladarlo al edificio del ex arzobispado en Tacubaya. ¿Las razones? El regreso del Colegio Militar y la adaptación del edificio como residencia presidencial. A lo largo del mandato del general Porfirio Díaz, el Castillo y el Alcázar alcanzarían su mayor esplendor. Luego lo habitarían varios presidentes emanados de la Revolución Mexicana, hasta que en 1940, el presidente de la República, general Lázaro Cárdenas, lo donó a la nación para convertirlo en el Museo nacional de Historia que se inauguró el 27 de septiembre de 1944. Este magnífico recinto, además de poseer invaluables objetos históricos, también nos permite disfrutar de una hermosa vista, considerada por muchos como la mejor de toda la Ciudad de México.
Es aquí, en el Castillo de Chapultepec, donde en otras épocas he descendido con mi bicicleta como un bólido, donde he imaginado en varias ocasiones la escena donde Juan Escutia al ver la inevitable derrota tomó la bandera nacional y desde una de las torres del castillo se lanzó al vacío, hacia una muerte segura, para evitar que el lábaro patrio cayera en manos del enemigo o donde el presidente Madero era aconsejado por su hermano, que no confiara en Huerta, el traidor. Los bailes de un emperador austriaco odiado por el pueblo. Un dictador como Don Porfirio, que paseaba por este Alcázar con las manos agarradas a su espalda, pensando sobre el futuro de México. Aquí en este mismo lugar, donde he traído ahora a mi hijo a escuchar a la sinfónica del estado interpretando la Obertura 1810 de Tchaikovsky, con sus 21 cañonazos de salva. Y donde ahora escribo estas líneas.